“Matanzas me encanta para la fotografía, una ciudad con mar, con mucha personalidad”. Foto: Yenli Lemus.
“Al tomar una imagen, cierro mi mente, me pongo en cero y observo. Es como un pasaje de mi propia vida lo que sucede en ese momento. Ahí es cuando hago el clic, en el instante en el que brota la emoción, la poesía”.
Son las palabras del fotógrafo Raúl Cañibano, quien impartió una conferencia a los participantes en el Salón y Coloquio Internacional Fotonoviembre, que tiene lugar actualmente en la ciudad de Matanzas.
“La fotografía es bomba, si no la tienes no la ves. La cámara no constituye lo más importante. Se puede hacer una buena foto con una cámara vieja. Eso está en el ojo y en el corazón”.
Un grupo de jóvenes admiradores de su obra se congregó en la sede de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas para beber de las experiencias y conocimientos de este reconocido creador.
A ellos les aseguró que el arte es un camino difícil en el que hay que preservar mucho para lograr un resultado loable. “Ser consagrados, constantes y, sobre todo, seleccionar mucho el trabajo a exponer, aquí funciona la frase menos es más».
“Yo todos los días empiezo y todos los días me equivoco. El 99 % de los clic que hago no sirven para nada. El secreto está en saber cuál es tu foto. Hay gente, por ejemplo, que tiene Instagram y sube algo diariamente; al final se acaba por bajar el nivel”.
Cañibano seduce a la concurrencia con las narraciones de sus andanzas en la fotografía, a pie y con la cámara a cuestas, por los parajes más insólitos de una Cuba profunda y desconocida.
“Nuestro país es muy gráfico y casi surrealista, una auténtica locura, puedes encontrar cualquier cosa por ahí. Los espacios que más disfruto son el campo y el mar, la ciudad también, pero lo rural me parece muy importante, porque me conecta con mi niñez, en el poblado de Manatí, en Las Tunas”.
Resultan estremecedores los relatos de las fotos que perdió o de las carencias que enfrentó, mientras reeditaba, junto a algunos colegas, la ruta de José Martí desde Playitas de Cajobabo, o cuando se adentró en el corazón de la Ciénaga de Zapata para retratar la vida de los monteros.
“Me gusta el ensayo fotográfico, porque es un género que permite conocer a la gente, compenetrarse con ellos, escuchar sus historias y, a la vez, armar tu propio discurso. Puede durar un año, dos, o 20, no hay prisa. Uno va madurando dentro del proyecto».
“Los jóvenes deben trabajar en eso, en desarrollar temas, porque al principio uno tiene referencias de muchas personas, pero al final necesita hallar su propio sello. Eso siempre es lo más difícil”.
Para este artista aventurero, practicante convencido de la religión del blanco y negro, fotografiar se trata, fundamentalmente, de salir a buscar la vida que está más allá del lente de una cámara.
“Las imágenes se crean, se van encontrando en el camino. A veces estoy realizando una serie, como, por ejemplo, el ensayo sobre la vejez, y una idea se me cruza y me pone a pensar en algo nuevo. Siempre laboro en cinco o seis cosas a la vez”.
Cuando se le pregunta qué le parece lo más destacable del trabajo de las nuevas generaciones de fotógrafos cubanos, afirma que disfruta todos los estilos y tendencias actuales, y que lo más importante es que transmitan un sentimiento.
“Creo que tenemos muchos valores entre la gente más joven: David López, Manuel Almenares, Yordan Duke, por citar algunos. Nos encontramos en un buen momento».
“En Cuba pasa una cosa que no sucede en otros lugares. Se hace una exposición en cualquier parte y se llena de público, la cultura es muy importante. Hay buenas escuelas de arte, los muchachos salen con un nivel excelente».
“Eventos como este constituyen una buena oportunidad para que los fotógrafos se unan, para el intercambio entre colegas, para aprender”.
Para mi el mejor fotógrafo actualmente de Cuba. Su obra es reconocible al instante, algo muy difícil de lograr y a esto sumamos su sencillez y humildad como artista.