Las manos de Enrique Pérez Mesa – nacido en esta ciudad – sostienen la batuta y van dirigiendo los acordes de cada uno de los instrumentos de la Orquesta Sinfónica Nacional hasta la cúspide de la perfección.
De espaldas al público, el músico disfruta de este acto de creación porque cuando tiene la batuta en la mano se siente dueño del momento, y a la vez, carga el peso y la responsabilidad de la Sinfónica.
Para Enrique Pérez Mesa, la orquesta se convierte en el instrumento más grande y completo que tiene la música. “Es una ciudad donde cada cual piensa diferentes cosas, aunque todos tocamos con la guía del director. Es una ciudad en movimiento y al final todo el mundo se va sumando y construyendo la obra de acuerdo al montaje”.
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—¿Cómo reacciona cuando tiene todas las miradas puestas en usted?
“Siento cierto temor, porque cuando todas las miradas se dirigen hacia ti llegan las preguntas: ¿dónde estoy? ¿Qué hago? Pero con el tiempo y la experiencia, sobre todo cuando se toca con una sala llena de espectadores, que te miren pasa a ser parte de la dramaturgia de un concierto”.
—Y cuando nadie lo mira, ¿cómo es Enrique Pérez Mesa?
“Soy una persona normal. Un hombre muy familiar y creo que, precisamente, uno de los mayores éxitos que he tenido en mi vida ha sido convertir a la orquesta en una familia”.
—¿Cómo lo definen otras personas?
“La gente dice que soy un hombre de ‘sí’ porque siempre estoy respondiendo afirmativamente. Las personas piensan que soy un hombre noble, tranquilo”.
—¿Cómo se define usted?
“Vivo enamorado de lo que hago. Mi profesión es una de las cosas más grandes que tengo a mi favor. Vengo de la Atenas de Cuba, de Matanzas y me costó bastante adaptarme a la velocidad de La Habana. Soy una persona inquieta, valiente, me gusta enfrentarme a lo imposible. Soy muy diáfano, converso y atiendo a todo el mundo porque para mí todas las personas son seres humanos especiales”.
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—¿Por qué el arte?
“Mis padres no eran artistas. Mis hermanos estudiaron música conmigo aunque después tomaron otros caminos. Una tía era profesora de arte, un primo flautista y otra profesora de Historia de la música y percusionista.
“Vivía en el centro de la ciudad de Matanzas y los carnavales pasaban por ahí. Oía aquellos ritmos y me encantaba. Creo que así me entró la música y después decidí estudiarla a partir de los siete años”.
—¿Cómo recuerda su niñez?
“Fue lindo. Mis padres se volcaron en mí y me ayudaron en todos los sentidos. Recuerdo que fueron mis hermanos quienes me compraron mi primer instrumento. Debido a esa inquietud que siempre me ha caracterizado empecé con el trombón, salté para el piano y después terminé en el violín”.
—¿Qué significó nacer en Matanzas? ¿Qué aportó esta ciudad a su manera de concebir el arte?
“Es un privilegio porque Matanzas es una ciudad de artistas, donde nacieron el danzón y la rumba. Creo que nacer ahí sí cambió mi percepción del arte. De hecho, soy uno de los directores de orquesta más atrevidos al abordar la música popular. Criticado por algunos y favorecido por la gran mayoría. Eso viene de tener tan cerca el danzón y la rumba. Ayudó mucho.
“Además, siempre desde muy pequeño me llevaban a ver los conciertos en el teatro Sauto. Por ahí pasaban todos las compañías de teatro, el Ballet Nacional de Cuba, las óperas y zarzuelas y ese ambiente rodeado de las diferentes artes ayudó en mi formación como músico”.
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—¿Cuál es la decisión o proyecto que ha tomado y del que se sienta más orgulloso?
“Como ser humano, ser padre. Eso es fundamental. Y como artista, venir a La Habana a dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional. Vine por dos años y llevo 22”
—¿Cuál es el fallo más grande que ha cometido?
“Me hubiera gustado estudiar más. Cuando joven no supe apreciar el valor que tiene la música y el arte. Perdí mucho tiempo y eso es algo que no se recupera”.
—¿Qué le gustaría hacer que no esté haciendo ahora mismo?
“Vivir cerca de la mar. Vivir con toda la familia en un castillo y rodearme de hijos y nietos, sería genial”.
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A los siete años le hacen a Enrique Pérez Mesa el exámen de captación para ingresar en el sistema de enseñanza artística. “Empecé a estudiar trombón pero tenía el brazo muy corto y la vara no llegaba. Después piano. Me encantaba y tenía facilidades pero se puso más difícil. Al final me enamoré del violín que es un instrumento precioso. Luego me gradué de nivel medio con este instrumento”.
Terminó los estudios en Matanzas y pasó a la Escuela Nacional de Música donde se graduó en 1980 como violinista. Una vez egresado se incorporó a trabajar en la Orquesta Sinfónica de Matanzas.
Luego empezó a estudiar Dirección de orquesta en el Instituto Superior de Arte (ISA) de 1986 a 1993, con la guía del maestro Guido López Gavilán.
“Es uno de los pilares fundamentales de la dirección de orquesta en Cuba. Un hombre muy sólido que me enseñó a ver la música desde otra dimensión. Siempre insistió en que un músico y un director de orquesta no solo deben saber de la profesión o conocer de pintura, de literatura, de artes escénicas, sino que, además, tiene que conocer que está pasando en la sociedad y la política. Es uno de los mejores maestros que he tenido”.
Si preguntas por qué la dirección de orquesta, el músico recuerda la anécdota que le contó su familia: “A los nueve años me pare en un sillón de la casa y dirigí la “Pequeña Serenata Nocturna” de Mozart con un palo. Mi mamá siempre me decía que justo en ese momento comenzó todo”.
Luego, cuando empezó en la orquesta y veía el trabajo de los diferentes directores, tomó vida esa inquietud por la dirección de orquesta.
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–¿Cuál es su mayor defecto?
“Decirle que sí a todo y eso es algo que no voy a cambiar a estas alturas de mi vida”.
–¿Y virtud?
“La paciencia y la nobleza. Soy amigo de mis amigos y me divierto con mis enemigos”.
–¿Qué prefiere hacer en su tiempo libre?
“Escuchar música y hacer deporte».
–¿Cuál ha sido su mayor sueño?
“Me hubiera encantado dirigir la Filarmónica de Nueva York o la de Berlín, dos templos de la música. Pero, creo que la mayoría de las cosas que he soñado se me han dado. He tenido mucha suerte en la vida”.
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—Y los primeros pasos dentro de la dirección de orquesta…
“Muchas personas me ayudaron y me dijeron ‘dale’. El hecho de ser violinista es un paso de avance porque el violín es uno de los instrumentos principales en una orquesta y haber estado sentado en un atril casi veinte años también favoreció mi carrera como director de orquesta”.
—¿Qué significó su paso por la Sinfónica de Matanzas?
“Esa fue una orquesta maravillosa con una historia grandísima. Tuve la posibilidad de tocar con directores que prácticamente copiaban la música porque en aquella época no habían ni impresoras ni fotocopiadoras. Fue una orquesta que siempre tuvo un amor por el trabajo en conjunto.
“Además, contó con la suerte de tener grandes directores como los maestros Guido López Gavilán, Román Fortín, Elena Herrera y Roberto Sánchez Ferrer. Pasar por la Orquesta Sinfónica de Matanzas fue una gran escuela. Ahí aprendí que no es solo dirigir la orquesta, sino también ocuparse de los músicos, qué obra tocar o qué repertorio debe abordarse para un mayor desarrollo musical”.
—¿Cómo llega a dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional?
“En 1998 trabajé con el Ballet Nacional de Cuba invitado por la Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso. Estuve ahí dos años. Fue una experiencia espectacular. En el 2001 el maestro Leo Brouwer me ve en un ensayo y me invita a trabajar con él como director asistente.
“A partir del 2002- 2003 empiezo a trabajar un poco más serio con la orquesta como director adjunto y en el 2004 como director titular de la Sinfónica Nacional”.
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–¿Algún secreto que no haya compartido en una entrevista anterior?
“No soy una persona de secretos”.
–¿A qué le tiene miedo?
“A las alturas y a los bichos. Le tengo terror a las cucarachas, sobre todo si son voladoras. Las mato a distancia con pelotas, zapatos, con lo que tengo a la mano”.
—Si llegara una persona nueva a su vida, ¿qué puede hacer para llegar a conocerlo mejor?
“Tiene que tener nobleza y ser una persona culta, con educación, afable y con buenos sentimientos. Esa es la mejor forma de llegar a mí».
–Si todo desapareciera y pudiera rescatar una sola cosa, ¿qué sería?
“Mi familia”.
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Aunque Enrique Pérez Mesa le tiene temor al magisterio, es indirectamente un maestro de todos los músicos que tiene bajo su batuta. “He intentado dos veces ir al ISA y me parece que me falta mucho por aprender. Creo que es una profesión de una seriedad y responsabilidad muy grande”.
Profesionalmente, otra de las experiencias que más lo han enriquecido es la dirección de música para el cine. “Estuve como director asistente del maestro José María Vitier en la música de Lista de espera, una película espectacular y muy divertida. Tuve la posibilidad también de dirigir la banda sonora de “Los pelones” un filme español que se trataba de una enfermedad tan dura como lo es el cáncer en los niños”.
En este sentido, asegura que le encanta la música para el cine y cada vez que puede toca con la orquesta la banda sonora de algún filme. “Hay interacción con la trama y uno aprende de que a veces una escena es capaz de cambiar una interpretación, o de verle la cara a un actor, o un gesto que a uno lo impacte”. La magia es–según Pérez Mesa–esa comunicación constante entre la dramaturgia y la música.
El violinista también dirige la Orquesta de Cámara Nuestro Tiempo, fundamental en el panorama sonoro de Cuba en la década de los 80’. “Esta agrupación, fundada y dirigida por Manuel Duchesne Cuzán, estrenó más de 400 obras del mundo contemporáneo. La heredé del maestro y me dijo que había que cambiar un poquito el repertorio. Es una orquesta maravillosa, insignia dentro de la música cubana e integrada por los primeros atriles de la Sinfónica Nacional”.
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–Si pudiera comenzar de cero, ¿qué cambiaría?
“Muchísimas cosas. Lo primero, es que hubiera hecho menos deporte y hubiera estudiado un poquito más. Sobre todo, trataría de tener un poco más de seriedad en mi época como estudiante”.
–Si hace una panorámica a su vida, ¿está satisfecho?
“No estoy conforme, pero estoy satisfecho”.
–¿Qué es aquello que quiso hacer, no pudo y ya no puede hacer”
“Ser capitán aunque no soy amante de la vida militar”.
–¿Cuáles son sus principios y valores sagrados?
“La honestidad, el talento y la modestia”.
—¿Qué es aquello por lo cual moriría?
“Por salvar a otra vida”.
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—¿Cuáles son las características que lo diferencian de otros directores de orquestas en Cuba?
“El maestro Frank Fernández resalta algo que me gusta mucho hacer: hay directores que se dedican a marcar el tiempo, pero yo disfruto tanto como un solista. Creo que ese es uno de los aciertos que he tenido como director. Es una de las cosas que más me gusta hacer”.
—¿Cómo es el proceso de creación que sigue antes de una presentación?
“Lleva primero un trabajo previo que va desde lo general a lo particular a partir del análisis de la obra y del montaje. Los músicos estudian las partituras y el concierto es el acto realizado. Cómo decía el maestro Norman Milanés: ‘el espectáculo empieza desde que sales a escena’.
“Independiente de que es un ritual serio, en el mundo eso ha ido cambiando y hay orquestas que no se visten de negro y blanco, por ejemplo. Esos cambios me parecen bien porque la música tiene diferentes colores. Creo que un concierto es algo maravilloso, es el resultado del trabajo del tiempo de una obra y la posibilidad que tiene un músico de expresarse y el público de recibir”.
—¿Qué prefiere, dirigir o tocar?
“Dirigir. Hay personas que dicen que la batuta no suena, pero si lo hace. Tocar es muy complicado”.
—¿Cuáles son sus principales paradigmas y formas de hacer?
“Soy un director romántico por excelencia. Me gusta ese periodo. Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach y Johannes Brahms son tres compositores que me gusta mucho interpretar. También me define la intranquilidad. A veces dirijo y voy cantando la obra.
“En Cuba, mis paradigmas son Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán. Más contemporáneos, Julián Orbón, José White, Ignacio Cervantes y Manuel Saumell”.
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–¿Qué significa Cuba?
“Es mi vida. Le debo a Cuba todo lo que soy. Estoy feliz de haber nacido en un país tan noble como este que deberia correr mejor suerte, sobre todo por su gente. Encontrar una sociedad tan solidaria es difícil”.
–¿Ha pensado alguna vez en tomarse un año sabático?
”Me encantaría pero la vida que llevo no me lo permite. Uno tiene que aprovechar cada segundo, ya habrá tiempo para descansar”.
–Si pudiera elegir una forma de morir o una en la que no le gustaría hacerlo, ¿cuáles serían?
“No me gustaría hacerlo ni asfixiado, ni ahogado. Me encantaría morir escuchando música”.
–¿Una palabra que defina su vida”
“Optimismo”.
Pérez Mesa defiende la tesis de que las disonancias en la música tienen que estar bien puestas y si eso ocurre, suenan. “Me gusta tocar lo que suena”.
El artista considera que en su carrera su estancia en Matanzas fue un antes y dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional, un después. “Aquí he tenido la posibilidad de alcanzar un amplio diapasón donde he podido hacer todo lo que me gusta”.
El director confiesa que le tiene terror al éxito. “En ocasiones tiene características peligrosas, pero siempre es importante y para alcanzarlo hay que estudiar, pensar, no se puede violentar ningún paso porque todo estilo y momento en la vida es importante en una carrera artística”.
Premios no tiene muchos. “Creo que poseo más lauros en el deporte que en la música. Tuve el privilegio de ir a Israel en el año del Jubileo y recibí la orden ‘Peregrino del Milenio’ que otorga esa ciudad. He estado dos veces nominado a los Grammys”. No obstante, dice que la paz es el mayor premio que puede alcanzar.
“Quien ama a la música ama la vida”, responde a la siguiente pregunta. “La música es precisamente eso, mi vida. Algo demasiado grande con infinidades de posibilidades de que la gente disfrute. Soy un mal bailador pero me gusta hacerlo. Lo mismo he bailado danzón que he estado en la Conga de los Hoyos en Santiago de Cuba. De las artes, la música es la más completa, tiene literatura, plástica, danza”.
Enrique Pérez Mesa dice que los artistas tienen que tener una sensibilidad enorme, una visión actual y a la vez respetar la historia de los antecesores. “El arte es algo muy completo y está intrínseco en otras áreas de la sociedad”.
Si bien la música le ha quitado tiempo para hacer otras cosas, asegura que le ha regalado la vida. “De lo que estoy seguro es que ha dado más de lo que he quitado”.
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