Por allá por el año 221 Antes de Nuestra Era, en la capital del reino de Yan, en la actual China, comenzaron a acuñarse las primeras monedas de bronce con forma de cuchillo, conocidas como Yidao o Mingdao. Me imagino que desde aquel entonces un comerciante espabilado se dio cuenta de que comprarle las vasijas directamente al alfarero, para después revenderlas en la otra punta de la ciudad, era un negocio redondo.
No puedo confirmar con total certeza si el primer revendedor de la historia fue chino, pero sí estoy seguro de que dicha actividad económica surgió a la par de las primeras monedas.
A la reventa le debieron seguir el acaparamiento y la especulación, y, con el paso del tiempo, el juego del valor fue perfeccionándose hasta llegar al comercio actual. La “revendedera” no ocurre únicamente en Cuba y su práctica es fundamental; pero, en economías tercermundistas y bloqueadas como la nuestra, puede volverse un problema si no se regula eficientemente.
Desde antes del triunfo revolucionario de 1959, nuestra burguesía nacional pecaba de improductiva y sostenía su opulencia mediante la corrupción, la especulación y el lucrativo negocio inmobiliario, a la par que la economía estadounidense se tragaba a la cubana sin freno alguno.
Como nuestros ricos y emprendedores producían muy poco, el negocio más rentable era jugar con el valor de lo que producían otros.
Ahora, en pleno 2022, padecemos del mismo problema, pero en un contexto diferente. Tras dos años de pandemia y en medio de una crisis económica global, nuestro país fomenta el emprendimiento privado y da los primeros pasos para instaurar un mercado mayorista efectivo.
Buena parte de los emprendimientos giran en torno a la gastronomía, lo que deja en un segundo plano las inversiones en la producción. Esto es algo entendible, debido a que la agricultura y la minindustria requieren de mayor capital inicial, los plazos de ganancia son medios y el riesgo es mayor.
Tenemos entonces a un incipiente mercado minorista que compra, agrega valor, o no, y revende los mismos bienes que generan la industria y la agricultura estatal, y las importaciones en divisas.
Para rematar todo en buen cubano, está el pollo de este arroz con pollo: los revendedores ilegales, personas que comercian con lo mismo que los minoristas legales, pero sin pagar impuestos al Estado. ¿Se nota la falta?
Si la producción no satisface la demanda y no se controla la reventa ilegal, ¿a dónde vamos a parar? Incluso podemos ver cómo productos creados por trabajadores agrícolas e industriales en Cuba llegan a sus mesas a cinco veces el coste de producción, una problemática genuinamente marxista.
Para cerrar este comentario, les dejo una anécdota. Mientras cubría un evento en Jovellanos, un emprendedor se me acercó y me dijo: “Periodista, póngale el dedo a los inspectores a ver si espantan a los bicitaxis ilegales que me están robando el pasaje”.
Yo al momento le respondí: “Si los inspectores no hacen su trabajo, usted tiene el derecho y el deber de denunciar a los ilegales, porque a fin de cuentas es usted quién está perdiendo dinero”. La conclusión por parte del bicitaxista fue la siguiente: “Tú estás loco, primero muerto que chivato”.
Cuentan que un día cualquiera del 221 a. n. e., en la capital del reino de Yan, al chino espabilado que se le ocurrió revender las vasijas que hacía el alfarero se le cayó el negocio el día que, finalmente, hicieron cumplir el impuesto real de las vasijas.
Es que desgraciadamente tenemos muchas leyes, Decretos etcétera pero se cumplen pocas, desde que se creó el trabajo por cuenta propia la figura de revendedor nunca fue creada y esta siempre ha estado presente, la licitud de la materia prima es de obligatorio cumplimiento, estas dos condiciones surgieron repito desde el primer momento y son esenciales para un buen progreso de dicho trabajo pero como dice el refrán… quién le pone el cascabel al gato, así las cosas como dice un conocido periodista.