Este martes Cuba conmemora 25 años del recibimiento de los restos mortales del Che y algunos de sus hombres —la paradoja de una tristeza y de una alegría al mismo tiempo— en la base área de San Antonio de los Baños, en el occidente del país.
El acontecimiento ocurrió luego de largos meses de incontables y ansiosos episodios de búsqueda que protagonizaron los integrantes de un grupo de competentes especialistas cubanos en lugares abruptos de Bolivia, donde fueron sepultados en secreto por sus captores.
El equipo multidisciplinario de expertos que cumplió la honrosa y estremecedora misión estuvo encabezado por el entonces joven doctor Jorge González Pérez (Popi). El hallazgo —una verdadera hazaña investigativa— ocurrió el 28 de junio de 1997, en una fosa común muy escondida en la vieja pista aérea de Vallegrande.
El acto de recibimiento de la osamenta de los héroes queridos, que se hizo en horas de la noche del 12 de julio, fue presidido, por supuesto, por el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz y otros jefes, oficiales y dirigentes políticos.
Luego de una impresionante descarga de fusilería en tributo a la osamenta sagrada de los mártires, y de los acordes de la marcha Hasta pronto, de Juan Almeida Bosque con arreglo de Ney Milanés, ejecutada por la Banda de Música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pronunció unas breves palabras a nombre de los familiares del Che y de sus compañeros de lucha, Aleida Guevara March, hija del Che, quien, entre otras cuestiones, expresó, con un nudo inzafable en su garganta:
«Le pedimos, Comandante, que nos haga el honor de recibir estos sagrados restos. Más que nuestros padres, son hijos de este pueblo que tan dignamente usted representa. Llegan a nosotros sus huesos, pero no llegan vencidos, sino convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes, audaces. ¡Nadie puede quitarnos eso! Siempre estarán vivos junto a sus hijos en el pueblo».
¡Van a matar un hombre!
Ernesto Guevara sufrió a lo largo de su vida 15 heridas en su cuerpo. En la guerra de liberación en nuestra patria, en Alegría de Pío, el 2 de diciembre de 1956, luego del histórico desembarco del yate Granma, una de bala en el cuello, cerca de la garganta, y más tarde en plena Sierra Maestra, en choque con la tropa de Sánchez Mosquera, otro balazo en un tobillo. Pero la más importante y trágica de todas fue la séptima, muy lejos de Cuba, en la denominada Quebrada del Yuro —entre las quebradas de la Tusca y la de Jagüey— el 8 de octubre de 1967. Fue la última en combate teniendo él un arma en su mano, y la única que recibiera en la selva boliviana.
El sitio exacto de aquel paraje se conoce como La Huerta de Aguilar, porque el dueño de ese punto del monte se llamaba Florencio Aguilar. Fidel comentó en Una introducción necesaria al Diario del Che en Bolivia (La Habana, 1968) que así estuvo combatiendo «hasta que el cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo totalmente. La pistola que portaba estaba sin «magazine». Estas increíbles circunstancias explican que lo hubieran podido capturar vivo».
La herida, también de bala, la recibió el Che en el tercio medio de la pierna derecha. No tenía zapatos, sino unas «abarcas» (calzado rústico que solo cubre la planta del pie) hechas por él mismo para poder caminar en el monte.
Fue obligado a andar un tramo largo con su pierna traumatizada. Llegaron a La Higuera —a unas dos leguas de distancia— donde fue recluido en una de las dos aulas pequeñas de la pobre escuelita de ese caserío, con las manos amarradas y vigilado rigurosamente, hasta que vino la orden de la CIA de asesinarlo, al filo de las tres de la tarde del 9 de octubre de aquel año 1967. Recibió entonces allí ocho heridas de bala, seis en el tórax y dos en las extremidades. Segundos antes, cuando se vio sin ningún recurso de defensa frente a sus captores, había lanzado la última orden de combate: «¡Disparen, que van a matar a un hombre!».
Según en su momento contaría el doctor Jorge González Pérez «Popi», la búsqueda fue un trabajo arduo y anónimo de muchas personas, no solo del grupo de siete especialistas más divulgados, tres geofísicos, una historiadora y otros tres compañeros: un antropólogo, un arqueólogo y un médico forense, el propio «Popi».
Se empleó un buldócer hasta encontrar la zona abierta de la fosa común. El grupo profesional de buscadores en Vallegrande se basó al final en lo aportado por más de cien compañeros especialistas de unas 15 instituciones que desde Cuba los ayudaron.
Por Bolivia entonces pasaron otros 13 compañeros, 20 en total. Y por último los antropólogos forenses argentinos Patricia Bernardi, Alejandro Inchaurregi y Carlos Somigliana. Recuerdo que un niño boliviano muy pobre, de unos 12 años, casi harapiento, al preguntarle yo su opinión sobre la búsqueda de los restos del Che, me dijo en Vallegrande, a mediados del verano de 1997: «¡Yo no sé por qué tanto lío buscando a un vivo entre los muertos!».
El destacamento de refuerzo
Del 11 de octubre hasta el amanecer del martes 14 estuvieron en el Memorial José Martí los venerados osarios con la osamenta de Guevara y sus compañeros, por donde desfilaron más de 300 000 personas en representación de todos los cubanos. Y el 17 de octubre se recibieron en el Monumento a ellos en Santa Clara.
Al comenzar el acto y luego de los 21 cañonazos en homenaje a los caídos, se volvió a tocar la marcha de Almeida. Fidel dijo allí: «Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que esta vez incluye no solo cubanos, sino también latinoamericanos que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria. ¡Bienvenidos, compañeros heroicos del Destacamento de Refuerzo! ¡Las trincheras de ideas y de justicia que ustedes defendieron junto a nuestro pueblo, el enemigo no podrá conquistarlas jamás! ¡Y juntos seguiremos luchando por un mundo mejor!».
Ello significaba —según el prisma de hoy— que el Che y sus compañeros siguen peleando con nosotros ahora, junto a las nuevas generaciones, codo con codo a la heroica juventud que continúa la obra del Ejército Libertador, del Ejército Rebelde, de las FAR y el Minint —nuestro pueblo uniformado— como dijera Camilo Cienfuegos Gorriarán.