Soy una fanática de las aplicaciones digitales. Todo lo que me facilite la vida y ahorre tiempo en trámites, colas y demás entuertos burocráticos para mí, es bienvenido. Con solo unos clics en la pantalla del móvil, muchas de esas trabas se diluyen en pocos minutos.
Por supuesto, no dejo de reconocer que algunas de esas alternativas digitales que iniciaron con buen pie como Tickets, que simplifica las colas y los trámites, o Viajando para la compra de pasajes online, en ocasiones se convierten en verdaderos quebraderos de cabeza, tanto para los más entendidos en la materia como para los menos duchos.
Que son perfectibles, puedo entenderlo. Sin embargo, mi preocupación y lo que en realidad motiva este comentario es que, si bien muchos servicios se han desplazado, para bien de la mayoría, al entorno digital, aún queda una buena parte de la población, entre ella los adultos mayores, a los cuales les resulta difícil migrar y encontrarse a la par con la evolución de estas tecnologías.
A muchos se les resisten, ya sea por la carencia de infraestructura, pues para manejar casi todas estas aplicaciones es imprescindible disponer de un teléfono celular con datos móviles, o porque se les dificulta operarlas y empaparse de los conocimientos para hacerlo. Situación que se complejiza cuando, cada vez más, se aboga por desarrollar el comercio electrónico e incentivar el uso de las tecnologías.
Me preocupa, por ejemplo, el tan codiciado MLC o USD, que la mayoría de las veces es inalcanzable para la población por los precios astronómicos del mercado negro, pero al mismo tiempo indispensable para adquirir productos de primera necesidad, se venda solo en las Cadeca mediante la aplicación Tickets.
Inquieta que otra de las modalidades a través de las que se puede acceder a alimentos y aseo, Tuenvio[1] , necesite de un esfuerzo descomunal para intentar pescar cuatro cosas que a veces te llegan y otras se fugan como por arte de magia. Existen otras tiendas con productos muy demandados que solo tienen una expresión virtual, como es el caso, por ejemplo, de La Cubana.
La crisis económica que vive la Isla supone una barrera adicional para las necesarias mejoras de la infraestructura y el acceso a dispositivos informáticos. De ahí que el estrepitoso precio de los teléfonos celulares, los cuales en ninguna de las instituciones que los comercializan tienen precio inferior a los 150 USD sea también uno de los inconvenientes. Y de los cajeros automáticos ni hablemos porque son pocos y cuando tienen efectivo se encuentran colmados.
La informatización de la sociedad es una necesidad, eso nadie lo pone en duda. Que muchos servicios indispensables tengan un reflejo en el espacio virtual constituye una gran ventaja, sin embargo, cuando esta es la única vía o una de las principales para acceder a ellos, se convierte en un obstáculo para quienes no poseen los medios.
Si tenemos en cuenta que Cuba vive a su vez un acelerado envejecimiento demográfico y va en camino a convertirse en la nación más envejecida de América Latina y el Caribe en 2030, estimular la protección en este sentido debe ser una prioridad.
Hacia ellos y hacia grupos que no cuentan con los recursos indispensables habrá que dirigir políticas públicas más específicas e inmediatas. Pues para nadie es un secreto que hoy los adultos mayores son de los sectores más vulnerables de la sociedad, ya sea por las irrisorias pensiones que cobran, por la brutal escalada de los precios o por la fuerte crisis migratoria que dejó a muchos a merced de su propia suerte.
Favorecer su autonomía y calidad de vida, significa también despejarles el camino para que puedan acceder a todas estas facilidades, es reducir estas brechas tecnológicas y no dejarlos desprotegidos.
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