Rosamaily juega tranquila con el celular de mamá sobre la cama. No hay nada que la desconcentre, ni mi llegada imprevista a su cubículo, ni siquiera su manita entablillada, que garantiza la vena canalizada para los medicamentos. Tampoco la intranquiliza el ajetreo constante de médicos, enfermeros, padres, porque prácticamente ya forman parte de su rutina. La pequeña de cinco años es portadora de fibrosis quística, enfermedad que afecta los pulmones y la lleva a reiterados ingresos hospitalarios. Yoxeliani Mejías González, su madre, respira profundo. Otra vez el peligro pasó, al menos el inminente. Ya no está en terapia intermedia.
Un piso más arriba se encuentra Gael. Una hipoxia perinatal lo condujo a una traqueotomía permanente. Su severa condición no le permite separarse de ventiladores respiratorios ni abandonar la institución médica. Desde hace casi tres años el Hospital Pediátrico Eliseo Noel Caamaño es su casa.
Rosamaily y Gael son solo dos de los más de 900 pacientes que anualmente se atienden en la Sala de Cuidados Progresivos B, más conocida como terapia intermedia. Unos, de manera temporal debido a accidentes o padecimientos transitorios, mientras que otros, como ocurre con ambos infantes, requieren estadías más prolongadas.
LOS SUEÑOS DEL DOCTOR RICARDO
Al Hospital Pediátrico matancero, Ricardo Busto Aguiar llegó por un concurso de plazas en 1990. “Se ofertaban dos plazas y mira qué ironía, una para terapia intensiva y la otra para pediatra normal, y le dije a la doctora que se ganó la otra plaza que optara por la de intensiva, que yo no soportaba estar tanto tiempo trancado en un mismo sitio”, confiesa el galeno, actualmente máster, especialista de segundo grado en Pediatría, diplomado en Terapia Intensiva y Emergencia y, sobre todo, motor impulsor del desarrollo de la Sala de Cuidados Progresivos B en la institución asistencial.
“Después de cubrir un tiempo en salas empecé a trabajar en un servicio que le llamaban terapia intermedia, atendido por un solo médico que no tenía perfil de intensivista. Ese médico por razones x abandonó el país y yo me quedé al frente de aquello: un área con 12 camas en el tercer piso, donde hoy está psiquiatría”.
Los ojos de Ricardo brillan con tal emoción que contagia, incluso, al más desentendido de la medicina. Volver a sus inicios, remontarse en el tiempo más de tres décadas atrás y comparar con los logros actuales, le provoca un regocijo indescriptible.
“Las unidades de terapia intensiva (UTI) surgieron en el 81, a raíz de la epidemia del dengue. Fidel decide que se hagan en todos los hospitales de las cabeceras provinciales. Pero no podía funcionar bien la terapia intermedia en el tercer piso y en el segundo la de intensiva. A veces se hacía muy engorroso bajar un paciente grave que necesitara traslado por las escaleras”.
Como buen timonel, el doctor Ricardo encauzó la terapia intermedia hacia otros rumbos, creando un equipo que le ayudó a alcanzar sus metas.
“Empezamos a tener resultados. Solamente se trasladaba a terapia intensiva aproximadamente el 7 % de los ingresos; es decir, resolvíamos un 94 % de los casos. Lo próximo fue buscar un lugar donde pudiéramos tener amplitud y condiciones. En el segundo piso frente a terapia intensiva, existía un local que llevaba años cerrado porque tenía muchos problemas hidrosanitarios, filtraba para el primer piso, y se decidió recuperarlo. Se preparó una sala con 16 camas, de las cuales dos eran de pediatría y cuatro de recién nacidos”.
Los suspiros escapan mientras el profe narra, paso a paso, cómo se fueron cumpliendo sus deseos. Aquel local tiempo después fue renovado. Cada pared interior quedó levantada en el justo lugar donde él la idealizó. Como barro moldeable, los sueños del doctor Ricardo Busto Aguiar se transformaron en la realidad esperanzadora de Rosamaily y Gael, y de otros pacientes que en el día a día requieren de esta atención especializada.
EXPERIENCIAS DIFÍCILES
Rosamaily ingresó en el Pediátrico matancero con solo tres meses de nacida y permaneció allí hasta cumplir los tres años. “Existe un Programa Nacional para el seguimiento a los niños fibroquísticos y, gracias a eso, se le dio una casa aquí en Matanzas, para acercarla al hospital, porque es de Ciénaga de Zapata”, aclara el doctor.
“La pequeña ingresa frecuentemente porque padece muchas neumonías por la fibrosis. Después de que salió de terapia y pasados dos años con siete meses, tuvimos que entrarla otra vez porque se me puso muy malita”, comenta su madre, mientras la infante se recupera de neumonía en Respiratorio. “Los médicos con ella son excelentes, es la niña linda de la sala. Yo nunca he tenido quejas”.
En Cuidados Progresivos B del Hospital Pediátrico, Yenlis González Sánchez acurruca en sus brazos a Gael. El niño estuvo grave en Neonatología en Maternidad por una hipoxia perinatal, después se trasladó al Pediátrico y estuvo meses en la UTI, hasta que se trasladó aquí donde permanece. Acoplado a una máquina, el pequeño guerrero requiere de ella para sobrevivir.
“Ha sido difícil, ya van a ser tres años que estamos aquí en el hospital”, confiesa Yenlis mientras mira con ternura a su retoño.
Lea aquí la historia de Gael:
Una casa para Gael
Gael miraba los muñequitos en la pantalla del televisor que colgaba en la pared y solo un ocasional parpadeo rompía su inmovilidad, mientras los dibujos tras el cristal líquido corrían y saltaban sin sentido. Yenlis lo miró y fue capaz de ver a través del tubo de respiración artificial lo que escapaba a mi vista: “Periodista, ese programa siempre lo hace reír”.
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“Ha sido una experiencia muy mala para nosotros. Nunca pensamos pasar por esto. Es difícil tener un hijo enfermo, y aunque el tuyo esté un poquito estable, al ver a otros ponerse mal tú también te alteras. Es difícil. Para mí como abuela es duro”, una pausa devela el nudo en la garganta de Yilsay Sánchez Mercado. Respira, mira al nieto y continúa. “Aquí se han portado bien con nosotros. Son como nuestra familia”.
RETOS EN EL AIRE
Hoy la Sala de Cuidados Progresivos B cuenta con 16 capacidades, está cerrada y climatizada. Todas las camas tienen paneles que permiten ventilar a los pacientes, si es necesario.
“Llevamos cinco años trabajando en este lugar y los resultados son mejores”, afirma el doctor Ricardo.
“Promedio por año ingresan al servicio entre 900, 1000 y tantos pacientes. El índice ocupacional, de un 50 %, ya rebasa el 80; o sea, la cama tiene una utilización importante y, según la estadística de nuestro índice de rotación, no llega siquiera a un día vacía.
Aunque los números hablan por sí solos, el especialista aún no se encuentra totalmente satisfecho con los resultados. “En estos momentos contamos con seis médicos, un personal capacitado y un trabajo estable, pero tenemos problemas de enfermería, porque hemos perdido buenas enfermeras y realmente necesitamos más para cada turno. Muchas viven lejos y se han ido a trabajar a otros lugares.
“En terapia hay que tener agilidad y destreza, no puedes permanecer sentado, debes estar a la viva, al detalle en la más mínima cosa, porque se te escapan. Hay que trabajar muy duro en ambas terapias”, considera la licenciada Marina Alfonso González, jefa de la Sala de Cuidados Progresivos B.
“Tratar con infantes es darlo todo. Es una ocupación muy bonita, pero difícil. En los niños crónicos tú ves que, a pesar de su tratamiento farmacológico, la rehabilitación no siempre determina su mejoría clínica. Nosotros tratamos de ayudar a sus familiares, de apoyarlos en todos los sentidos”.
El máster Ricardo considera importante que cada especialista esté preparado en el manejo de pacientes graves. “Hemos propuesto que en algún momento, cuando el centro se estabilice, los especialistas de Pediatría que se desempeñan en otras áreas, en algún momento pasen un mes a trabajar con nosotros. Esto los enseña, les da visión del grave, y creo que eso contribuye también a su formación. Hay muchas cosas de la medicina que no están en los libros”.
Entre las aspiraciones futuras del galeno figura la creación de un espacio para la atención a pacientes con patologías crónicas que, como Gael, requieren de permanencia hospitalaria. “En este momento hay seis crónicos de las 16 camas. El hecho de tener uno de este tipo de pacientes implica que se limita el acceso para un niño recuperable; por lo que se impone crear una unidad especializada para ellos”.
Así, paso a paso, a veces en puntillas y con pisadas de hormiga, otras con huellas de elefante, porque ninguna meta carece de obstáculos ni de sacrificios, las aspiraciones del doctor Ricardo y su equipo médico se han materializado con perseverancia y amor. Gracias a ellos, Rosamaily y Gael conviven en un espacio más confortable.
Muchas paginas podrian escribirse del Dr. Ricardo Busto, grande ha sido su historia por un camino empedrado , que no ha sido facil el ha sabido sembrar en el desierto y hacer florecer estas, el ha logrado recuperar la sonrisa en tantas familias es profesor de muchos que tomamos su ejemplo de labor diaria a el mi agradecimiento y un fuerte abrazo