“Loco de contento
me echo por esas calles,
huelo el perfume de la noche,
y grito: !Estoy vivo!”
Así te sentimos Virgilio en este 110 aniversario de tu nacimiento, aunque sabemos que quienes se entregan en cuerpo y alma a la osadía de la palabra renacen a diario en espirales de tinta y luz.
Hoy desde el Periódico Girón evocamos la huella de este prestigioso escritor y dramaturgo cubano en el mundo de la literatura y aplaudimos su pluma transgresora que nos dejó textos inmortales.
Virgilio Piñera nació el 4 de agosto de 1912 en la ciudad de Cárdenas. Incursionó en la poesía, el cuento, la novela y el teatro; sus obras más conocidas incluyen el poema La isla en peso, el libro de relatos Cuentos Fríos, la novela La carne de René y la obra Electra Garrigó. Es uno de los autores más importantes de la literatura cubana.
A continuación te proponemos disfrutar de una selección de poemas de dicho autor:
Si quieres
Suelto déjame si quieres retenerme
átame bien si quieres alejarme
abandóname si quieres conservarme,
y piérdeme si quieres poseerme.
Ven a buscarme cuando yo no esté,
así me encontrarás sin estar yo;
si me buscas estando yo, seré
aquel que estará ausente de su yo.
Ausente, pues en ti siempre yo estoy.
No busques lo que tienes encontrado.
Mañana me verás siendo el que soy:
y soy quien huye para ser amado.
Himno a la vida mía
Loco de contento
me echo por esas calles,
huelo el perfume de la noche,
y grito: !Estoy vivo!
¿Acaso no se percatan?
Abro mi camisa, llevo la mano al corazón:
Oigan cómo late… No importa hasta cuando.
Ahora vivo en medio de la calle,
y estoy de fiesta.
Mientras viva seré inmortal.
Si toco mi corazón,
es como si lo tocara eternamente.
Tan vivo estoy, que la historia
desfila ante mi vista,
y puedo acompañarla en su incesante marcha,
haber sido, ser y llegar a ser.
La sangre bulle en mis venas.
Cumple una y otra vez su ciclo,
y a la vida me aproxima más el tiempo.
(…)
Bueno, digamos
A Lezama
Bueno, digamos que hemos vivido,
no ciertamente -aunque sería elegante-
como los griegos de la polis radiante,
sino parecidos a estatuas kriselefantinas,
y con un asomo de esteatopigia.
Hemos vivido en una isla,
quizá no como quisimos,
pero como pudimos.
Aun así derribamos algunos templos
y levantamos otros
que tal vez perduren
o sean a su tiempo derribados.
Hemos escrito infatigablemente,
soñado lo suficiente
para penetrar la realidad.
Alzamos diques
contra la idolatría y lo crepuscular.
Hemos rendido culto al sol
y, algo aún más esplendoroso,
luchamos para ser esplendentes.
Ahora, callados por un rato,
oímos ciudades deshechas en polvo,
arder en pavesas insignes manuscritos,
y el lento, cotidiano gotear del odio.
Mas, es sólo una pausa en nuestro devenir.
Pronto nos pondremos a conversar.
No encima de las ruinas, sino del recuerdo,
porque fíjate: son ingrávidos
y nosotros ahora empezamos.
Quién soy
Poco importa mi nombre, y mucho menos mi edad.
No he de enumerar la caída del pelo ni decir <encanezco>.
Tan solo una sencilla confesión: no tengo ni un perro
acompañante, y tengo cantidades de soledad que regalar.
Lo de menos
Lo de menos:
que tú no me ames,
y lo de más:
que soy el que te ama.
Es mi hermosa ventaja,
y no como piensan los bobos,
mi triste ventaja.
Soy tu cosa,
el piano que estás tocando,
y mientras tocas, te dices:
«Un piano es sólo un piano».
Pero también,
casi con amargura:
«¡Qué enamorado está de mí».
Quisieras arañarme
-y comprendo tu rabia-:
no estás en disposición de acariciarme,
en tanto que yo,
con la soberanía del amor,
te acaricio con la mirada.
Y tu alma, como un vampiro
bebe la sangre de mi alma:
cada gota es la copa del lento veneno
que se administran los indiferentes.
Roto, exangüe,
incorpóreo, expirante
puedo decirte:
No me ames.