En el valle del Yumurí el humo marca el pulso del día. Allí, entre hornos y golpes de machete, decenas de hombres transforman la madera en el producto más codiciado del momento: el carbón.
No es tradición ni elección, es una necesidad. La agricultura ya no es la misma, y en el país persisten las carencias con el gas y con los apagones, así que el carbón se ha convertido —casi— en la única alternativa para la cocción de los alimentos.

Cuerpos tiznados, noches en vela, hornos que brillan como brasas abiertas en medio del monte: así se fabrica el negocio del hoy, ya que comprar carbón dejó de ser una opción: es una obligación para no detener la vida doméstica.

Intermediarios especulan, los precios se disparan y el humo del valle termina entrando, de alguna manera, en cada cocina.







