He visto muchos hombres en destrucción: con los ojos rotos como ventana apedreada; que no levantan cabeza y parece todo el tiempo que se les cayó algo al suelo, ¿un peso macho?, ¿las ganas de seguir?, ¿la foto de carné que ella le dio como recuerdo antes de marcharse? Otros que andan con su pomo de aguardiente en el bolsillo trasero y a cada rato se dan un buche y ponen una cara que no se distingue si es de culpa o alivio.
He visto muchos hombres destruidos, convertidos en guiñapos: tan poquita cosa que si las soplas los mandas a volar; que no pudieron más y se colgaron del guayabo del patio, que se abrieron la muñeca en canal; que sí pudieron, pero no saben qué hacer con tanto dolor y este le carcome las entrañas como un cáncer.
He visto muchos hombres destruirse y destruidos ya; sin embargo, creo que solo una vez alguien que carga en sí los dos estados. El otro día un muchacho, no pasaría de los 25, se derrumbó en un quicio frente a mi casa.
No es el derrumbarse de los borrachos que pierden el equilibrio y caen; este es más profundo, como si hubiera olvidado cómo estar de pie. Al sentarse se le descoyuntó la cabeza de repente. Los espejuelos se deslizaron de su rostro. Soltó la fosforera y el cigarro que intentaba encender no pudo apresarlo más entre los labios. Su cerebro se encontraba en blackout. Su cuerpo le era ajeno, como si le perteneciera a otro.
«El químico está acabando con la gente», me dice mi madre, mientras observamos la escena. Tal vez no era el químico nada; sin embargo, su rostro ido, sus músculos como gelatina de naranja se asemejaban demasiado a los videos que circulan por las redes sobre los efectos de esta droga.
Mi primer pensamiento fue preguntarme de qué huía ¿Qué miedo, qué insatisfacción, qué dolor pueden llevar a una persona a arriesgarse a tal fuga? No solo escapaba de la realidad, la trituraba. La molía como cristales. Negaba todo, incluso a sí mismo.
El Químico, la no tan nueva droga sintética, en circulación por los bajos mundos y quizás por los no tan bajos, tal vez sea de la peor de su tipo. Te mata el raciocinio. Te automatiza. No sabes qué haces, solo lo haces. Se pierden en la bruma causas y consecuencias. En ese estado puede cometer cualquier hecho desde agredir a una extraño o a sí mismo. Nada importa, porque todo resulta leve.
Cuidado jóvenes que creen que del mundo hay que experimentarlo todo: luces, mareos, éxtasis. Las relaciones más tóxicas comienzan con un leve coqueteo. Aquellos que quieren marcharse – marcharse de sí mismos, del barrio, de la familia disfuncional – tengan precaución que existen salidas «fáciles» más peligrosas que cualquier cautiverio. Además que debemos aprender a encarar los problemas, no a echarlos a un lado, como si estos no estuvieran ahí, como si nosotros no estuviéramos ahí.
Pensé en acercarme al muchacho en el quicio, ver si podía ayudarlo en algo. Darle mi hombro para que se pusiera en pie, recogerle las gafas, encender el cigarro. Sin embargo, temía su reacción. No sabía qué pudiera pasar por su cabeza o peor que esta estuviera en blanco y actuara por reflejo y no por reflexión. Todo lo consumido en Internet, tantos videos de gente «enquimicada» que realizan lo inverosímil, no por milagroso, sino por extraño e inesperado. Confieso que mis dudas pudieron más que el buen samaritano que deseo haya en mí.
En lo que me decidía a socorrerlo, él volvió un poco en sí. Con dificultad logró incorporarse. Agarró sus gafas y la fosforera. El cigarro quedó en el suelo. Con pasos muertos, avanzó hacia el final de la cuadra. Seguiría así, sin rumbo, hasta que se derrumbara en el próximo quicio, hasta que le golpeara el próximo blackout. Ahí iba él, destruido y en proceso de destruirse.
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