James Bond y la participación ciudadana 

You only live twice (Solo se vive dos veces) es un filme de los años 60, perteneciente a la franquicia de James Bond. No es la gran película, más bien puro entretenimiento. Sin embargo, hay un fragmento que me llamó la atención. El agente 007 se encuentra atado a una silla. Una femme fatale está a punto de asesinarlo. Él sabe que tiene a su favor sus encantos de macho alfa. Su labia es tan contundente que ella lo libera. La escena termina en que el espía más famoso del mundo le desabrocha el cierre del vestido a la mujer y exclama “Las cosas que hago por Inglaterra”. 

Esta frase me puso a pensar y de ahí surgió una pregunta. ¿Qué debemos hacer nosotros por la Isla, por Cuba, no por el Reino Unido que también es un archipiélago? ¿Cómo podemos ayudar a crear la nación más justa posible? 

James Bond es un personaje ficticio. La realidad no posee el glamour del cine y para ayudar al país no es necesario tomar martinis. En verdad, lo que se requiere es ser ciudadanos más proactivos y entender que la sociedad en que vivimos es una construcción colectiva, un contrato social, como planteara Rousseau.

Quisiera referirme a un asunto específico: la participación ciudadana en los diversos espacios de diálogo. En Cuba estos existen con la intención de darle a la población la oportunidad de compartir sus preocupaciones o aportar ideas. Pueden hallarse dentro de organizaciones políticas, gremiales, comunitarias. Hay un sistema diseñado en el cual todos poseen acceso a un podio desde donde expresarse. 

Quizá varios crean que estos espacios se encuentran viciados por prácticas burocráticas que los vuelven tediosos y que, como no es cine, no les podemos editar los momentos aburridos. Puede ser que también perciban que a veces el acta de la reunión posee más valor que la reunión en sí; que lo importante es “cumplir” con unas indicaciones o que la toma de decisiones ocurre de manera descendente, de arriba hacia abajo, y no ascendente, y por tanto el criterio de uno no vale nada.  

Es cierto que esto último puede suceder o, por lo menos, dar la idea de que es así. El sistema debe someterse a constantes correcciones para evitar los anquilosamientos, las rupturas entre las masas (los soldados rasos, la colectividad) y las instancias superiores. No es posible una transformación si no participamos en los debates, si los encuentros los conforman un orador y cincuenta personas que conciben todo desde una postura pasiva y acrítica 

La abulia, el desencanto, el “no me voy a meter en eso que al final es por gusto”  resultan más nocivos que la burocracia, porque le dan paso a que esta ande, o mejor dicho, desande a sus anchas. Solo a través de la confrontación se avanza y lo dice Marx, no yo. 

A diferencia del título de la película de la que hablé al principio de este texto, solo se vive una vez y, como escribiría Alejo Carprentier, solo en “El reino de este mundo” podemos generar el cambio. La participación ciudadana se vuelve una cuestión esencial en el funcionamiento de cualquier país, sobre todo uno con un sistema socialista que busca la igualdad para todos. 

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