Ni aun al borde del holocausto, este pueblo se doblegó

El imperialismo norteamericano se vio obligado a reconocer la existencia, a 90 millas, de la Cuba revolucionaria y socialista.

Después de Girón, la idea de destruir la Revolución Cubana por cualquier medio se convirtió en una constante en los cálculos de muchos de los funcionarios de alto nivel del gobierno norteamericano. Con ese fin elaboraron nuevos planes agresivos e intensificaron las acciones encubiertas contra Cuba.

Por su parte, el Departamento de Estado, mediante presiones y chantajes de todo tipo, instaba a la ruptura de relaciones diplomáticas con el Gobierno cubano y ejercía su influencia dentro de la OEA para que se adoptaran sanciones colectivas contra Cuba dentro del sistema interamericano. Tal fue la utilización de los mecanismos de la llamada “ayuda económica” prometida en la “Alianza para el Progreso”.

Continuaba así la escalada de presiones internacionales en un intento por atraer a los países del hemisferio a fin de participar en su “cruzada” contrarrevolucionaria. El punto culminante de esta ocurrió durante la VIII Reunión de Consulta de la OEA, en enero de 1962, cuando la Casa Blanca logró aprobar una resolución para expulsar a Cuba de ese organismo regional.

Al Pentágono se le asignó un papel principal dentro de la estrategia político-militar para destruir a la Revolución Cubana, en correspondencia con lo cual, el presidente Kennedy dispuso que la Junta de Jefes de Estados Mayores preparara un nuevo plan de invasión a la isla, para utilizarlo cuando fuera necesario.

En 1962, a diferencia de años anteriores, tanto la preparación combativa como operativa de las fuerzas armadas de Estados Unidos perseguía el fin de adiestrar a las tropas y a los Estados Mayores en operaciones de desembarcos aéreos y navales contra una supuesta isla. En el verano de ese año, el Pentágono tomó otras medidas: reforzó la 2da. Flota del Atlántico con buques de la 6ta. y la 7ma. Flotas del Mediterráneo y del Pacífico, respectivamente.

A la par, en 1961 y 1962 se intensificaron notablemente las acciones de los grupos diversionistas y de bandidos en Cuba, y aumentó el número de agentes de la CIA que se infiltraron en el país.

Los documentos secretos desclasificados en Estados Unidos revelan cómo, a finales de 1961, se decidió la elaboración de un programa secreto que recibió el nombre cifrado de Operación Mangosta, cuyo propósito era —mediante acciones subversivas y diversionistas— socavar la economía nacional, promover entre la población el descontento y la hostilidad contra el poder revolucionario en Cuba.

Con el fin de controlar esa operación se creó el Grupo Especial Ampliado (GEA), integrado por el asesor del presidente Kennedy para la Seguridad Nacional y altos funcionarios representantes de los departamentos de Estado, de Defensa, de la CIA, de la Junta de Jefes de Estados Mayores y con la participación activa del fiscal general de Estados Unidos, Robert Kennedy, hermano del mandatario estadounidense.

El GEA aprobó las 33 tareas de la Operación Mangosta en seis etapas para su ejecución y cuyo final se preveía para el mes de octubre, cuando presuntamente tuviera lugar una rebelión interna que sería apoyada por una intervención militar de las fuerzas armadas norteamericanas.

Las acciones concebidas en Mangosta se desarrollarían bajo los supuestos siguientes: primero, al ejecutar el derrocamiento del Gobierno cubano, Estados Unidos haría el máximo uso de recursos nativos, internos y externos, pero reconocía que el éxito final requería de su intervención militar, y segundo, la participación de los nativos se utilizaría para justificar la preparación de la intervención, así como para facilitarla y apoyarla.

A principios de 1962, la Agencia Central de Inteligencia creó la Fuerza Operante W —órgano secreto de esa institución para la ejecución de las actividades de Mangosta— la que se guiaba por las orientaciones del GEA. Para esta actividad, se contó con un total de 400 oficiales de la Estación CIA de Miami, denominada con el nombre clave JM/WAVE, así como en la oficina central de Langley.

La CIA, junto a las tareas diversionistas, prestó interés a las actividades de espionaje, en particular el militar. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos daban una gran importancia al conocimiento del nivel alcanzado en la capacidad defensiva de Cuba y, especialmente, a los suministros de armamento y técnica de combate procedentes de la Unión Soviética.

Con estos mismos objetivos, la Marina de Guerra y la Fuerza Aérea estadounidenses realizaban una intensa exploración radioelectrónica de todo el país y de sus vías marítimas de acceso. Se incrementaron los reconocimientos fotográficos que realizaban los aviones espías U-2, violando el espacio aéreo cubano. Todos esos datos fueron utilizados en sus planes de invasión contra Cuba.

Para la dirección cubana se hizo evidente, después de la derrota de Playa Girón, cuáles eran los objetivos políticos de Washington hacia Cuba y cómo estos iban encaminados a la eliminación del sistema socialista en la isla. Se tenía la convicción de que la Casa Blanca consideraba, como seria alternativa, el empleo de sus propias fuerzas armadas, apreciación que se confirmaría en los meses posteriores.

Ante la inminencia de una agresión militar directa por parte de Estados Unidos, el Gobierno revolucionario tomó medidas para elevar la capacidad defensiva del país. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) experimentaron cambios sustanciales en su estructura y composición. Las tropas terrestres pasaron a la estructura de ejércitos, lo cual produjo un cambio cualitativo superior en la organización militar y en el establecimiento de unas fuerzas armadas modernas, de acuerdo con las necesidades de la defensa del país. De igual forma, los batallones de las Milicias Nacionales Revolucionarias se integraron en divisiones de infantería de tiempo de guerra, y pasaron a ser la primera reserva de los ejércitos. Simultáneamente, se desarrollaron otros tipos de fuerzas armadas, armas y especialidades militares.

Durante ese año, la situación se hizo más amenazadora para la seguridad y la independencia de Cuba. Ello demostraba lo oportuno de las medidas adoptadas en relación con el fortalecimiento de la capacidad defensiva del país. Desde 1961, el Gobierno de Cuba se había dirigido al de la URSS, para acelerar los envíos de armamento y medios de combate necesarios para el reforzamiento militar defensivo y la modernización de las FAR.

A finales de ese año comenzaron a llegar importantes suministros de armamento para las nuevas unidades. Un grupo de especialistas militares soviéticos puso sus conocimientos y experiencias al servicio del desarrollo y preparación de las tropas y los cuadros de mando de las FAR.

El 29 de mayo de 1962, llegó a Cuba una delegación presidida por Sharaf Rashidov, miembro suplente del Presidium del Comité Central del PCUS e integrada por el mariscal Serguei Biriuzov, jefe de las fuerzas coheteriles estratégicas, y otros altos oficiales soviéticos, así como Alexander Alexeiev, quien poco después ocuparía el cargo de embajador de la URSS en La Habana. La delegación soviética tenía la misión, encomendada por Nikita Jruschov, de proponer al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz la posibilidad de emplazar cohetes de alcance medio e intermedio en Cuba.

Esta propuesta se analizó en el secretariado de la Dirección Nacional del Partido, donde se tomó la decisión de responder afirmativamente, pues se tenía la convicción de que esa medida sería un importante aporte internacionalista de Cuba al fortalecimiento del campo socialista en su conjunto y, de hecho, contribuiría a la defensa del país al disuadir a los gobernantes estadounidenses de realizar sus designios agresivos. La dirección cubana planteó la necesidad de plasmar esto en un acuerdo militar para su posterior publicación.

Con el fin de discutir los detalles de ese acuerdo, el ministro de las FAR, Comandante Raúl Castro Ruz, viajó a Moscú entre los días 3 y 16 de julio. Como resultado de esas conversaciones, los ministros de Defensa de la URSS y de las FAR de Cuba iniciaron el cumplimiento del acuerdo militar, que sería firmado y publicado cuando, en noviembre de ese año, Jruschov visitara el país.

Mediante el mismo se inició la Operación Anadyr que consistió en el traslado y dislocación en Cuba, entre los meses de julio y octubre, de una Agrupación de Tropas ascendente a 43 000 efectivos y gran parte del armamento estratégico acordado.

Esta Agrupación de Tropas soviéticas, según el proyecto de acuerdo, estaría subordinada directamente al Gobierno de su país y cooperaría con las FAR en la defensa del territorio cubano, durante las acciones militares en caso de una agresión exterior. Asimismo, se establecía jurídicamente que las tropas de la Unión Soviética debían respetar la soberanía y el orden legal de Cuba y, por consiguiente, no adquirirían derechos de ocupación de territorios ni otros ajenos a sus funciones.

El proceso de dislocación de los misiles y las tropas soviéticas en el país, se realizó con un alto grado de enmascaramiento. A pesar del esfuerzo realizado por mantener el secreto, la inteligencia enemiga comenzó a obtener datos sobre el reforzamiento militar del país.

La situación fue empeorando cada vez más. En Estados Unidos se produjo una furibunda campaña de propaganda, en torno al establecimiento de tropas soviéticas que perseguía el objetivo de crear las condiciones favorables en la opinión pública interna para que apoyara una agresión militar directa.

Como parte de esta escalada, el Comité de Relaciones Exteriores y Servicios Armados del Senado norteamericano, presentó a la consideración del Congreso una Resolución Conjunta (No. 230), aprobada entre los días 20 y 27 de septiembre, que otorgaba al presidente de ese país, la facultad de hacer uso de las armas contra Cuba por supuestas actividades agresivas y subversivas en cualquier parte del hemisferio, así como de impedir en la isla la creación o el uso de una capacidad militar que pusiera en peligro la seguridad de Estados Unidos, además de cooperar con los apátridas cubanos. El 4 de octubre se acordó otra Resolución, mediante la cual se recomendaba que en el seno de la OEA se conviniera un fallo similar, a fin de obtener un apoyo internacional a sus planes agresivos.

Esta insólita y descarada Resolución, resumía toda la política de hostilidad que caracterizaba la conducta del gobierno de Estados Unidos respecto a Cuba, violaba los más elementales principios del derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas, al proclamar abiertamente el uso de la fuerza.

La respuesta de Cuba no se hizo esperar. El Consejo de Ministros del Gobierno revolucionario publicó, el 29 de septiembre, una declaración en la que se denunciaban los propósitos beligerantes que animaban al gobierno imperialista de Estados Unidos y, a su vez, puntualizaba la política de principios de la Revolución Cubana. Asimismo, en ese documento, Cuba reafirmó los deseos de convivencia pacífica de su pueblo.

Los propósitos que animaban esa declaración fueron reafirmados por el presidente Osvaldo Dorticós Torrado, en su discurso en el pleno del XVII periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU.

Entretanto, continuaban los preparativos bélicos para la agresión directa. Se concentraron fuerzas militares en zonas cercanas a Cuba, bajo la cobertura del ejercicio Phibruglex 1/62 anunciado para los días 15 y 30 de octubre en el área del Caribe. El presidente Kennedy, con la autorización del Congreso, llamó a filas a 150 000 reservistas.

En el mes de octubre comenzó la dislocación de tropas en las regiones sudorientales del continente. En la Florida y en Texas se reagruparon varias divisiones norteamericanas, integradas por más de 100 000 efectivos de tropas de infantería y fuerzas blindadas. Durante septiembre y la primera quincena de octubre se aumentaron los vuelos espías de los aviones U-2 sobre el territorio cubano.

El 16 de octubre, cuando toda la maquinaria militar del imperialismo estaba preparada para el zarpazo contra la Revolución, le mostraron a Kennedy las fotos aéreas reveladoras de los emplazamientos de cohetes de mediano alcance en Cuba.

El presidente norteamericano dispuso, de inmediato, incrementar los vuelos de reconocimiento sobre la isla y que los servicios de inteligencia realizaran los estimados acerca del momento en que esos misiles fueran operacionales.

Además, creó un “grupo especial”, integrado por altos funcionarios del gobierno, con la finalidad de analizar la situación y debatir las medidas a poner en práctica para lograr la retirada de los cohetes nucleares soviéticos. Este grupo fue conocido con el nombre de Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, el cual se mantuvo en sesión permanente durante todo el tiempo que duró la crisis, actuando como consejo asesor del presidente Kennedy. En la primera semana se reunió, de modo confidencial, hasta llegar a la decisión de decretar el bloqueo naval a Cuba.

A las 7:00 p.m. del día 22 de octubre, Kennedy se dirigió a su país y a todo el mundo, a través de la radio y la televisión, para informar la decisión de llevar a cabo el bloqueo naval alrededor de Cuba, al cual denominó “cuarentena” con el marcado propósito de encubrir el carácter guerrerista de esa medida.

En el Pentágono —desde la mañana del 22—, la Junta de Jefes de Estados Mayores envió una directiva sobre las operaciones del bloqueo a la Flota del Atlántico. Al mediodía comenzaron a desconcentrarse los bombarderos B-47 del Comando Aéreo Estratégico (SAC) en 40 aeropuertos civiles estadounidenses; cada uno llevaba sus cargas nucleares. Ese mismo día, el SAC ordenó mantener el 25 % de los B-52 realizando la guardia en el aire con armamento nuclear, situación que continuó por espacio de 15 días. El resto de la aviación se encontraba con similares medios y lista para despegar en 15 minutos.

Cinco divisiones del ejército, sin contar la 1ra. División Blindada que se encontraba en camino hacia el Fuerte Stewart, en Georgia, estaban en estado de alerta. Las Fuerzas de Tareas para el Bloqueo Naval incluían 238 buques; 8 portaaviones, 2 cruceros, 118 destructores, 13 submarinos, 65 buques anfibios y 32 auxiliares.

El Pentágono dispuso una fuerza de 250 000 hombres para la invasión a Cuba, así como los medios aéreos para ejecutar no menos de 2 000 misiones. Además, adicionalmente se aprobó la preparación de 100 buques mercantes para el traslado de las tropas y, como complemento a la exploración estratégica de los U-2, se decidió realizar vuelos a baja altura dos veces al día —al amanecer y al atardecer—, con una escuadrilla compuesta por 8 aviones.

Desde el día 21, se reforzó la base naval yanqui, enclavada en la bahía cubana de Guantánamo, con tres batallones de infantería de marina, aumentando de 8 000 a 16 000 sus efectivos, y realizando trabajos ingenieros urgentes para el acondicionamiento de las posiciones. También se efectuó, el día 22, la evacuación de todo el personal civil de la base.

Por otra parte, fue decretado el estado de máxima alerta para las tropas norteamericanas situadas en Europa Occidental y en el Lejano Oriente, así como las de sus aliados de la OTAN. Los submarinos con cohetes Polaris ocuparon sus posiciones operativas, tratando de intimidar a la Unión Soviética y a otros países socialistas.

Como es natural, Cuba no permaneció indiferente ante esta situación. El Comandante en Jefe Fidel Castro ordenó, a las 3:50 p.m. del día 22, poner en “alerta de combate” a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, a las 5:35 p.m. decretó el estado de “alarma de combate” para todo el país.

El Gobierno cubano, que se mantenía atento al incremento de las acciones militares de Estados Unidos en toda el área del Caribe, dedujo que esa actividad bélica estaba relacionada directamente con la presencia de los cohetes soviéticos en Cuba. De ahí, la decisión de disponer la movilización general del país casi hora y media antes de que hablara Kennedy. Asimismo, instruyó a su representante permanente ante la ONU para que solicitara la convocatoria de una reunión urgente del Consejo de Seguridad.

Al llamado de la Revolución, el pueblo respondió con valentía, firmeza y dignidad. Nunca antes se había sentido tan cercano el peligro de la agresión militar directa; sin embargo, no hubo ni sombra de pánico en la población. El país se preparó para enfrentar y resistir el bloqueo militar total, golpes aéreos masivos y la invasión. Todos los recursos de la nación se pusieron a disposición de la defensa de la patria amenazada.

En horas de la noche del día 23, ante la radio y la televisión, con la palabra firme del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Cuba respondió al agresivo discurso del mandatario yanqui, denunciando la política hostil del Gobierno de Estados Unidos desde el triunfo de la Revolución.

Por su parte, el Gobierno de la URSS, en horas de la mañana del día 23, dio instrucciones a su ministro de Defensa, mariscal Malinovski, para poner urgentemente en completa disposición combativa a las Fuerzas Armadas soviéticas. Ese mismo día emitió una declaración en la que se condenaba el establecimiento del bloqueo naval, la intercepción y registro de buques con destino a Cuba; así como previno al Gobierno de Estados Unidos de realizar las medidas declaradas por el presidente Kennedy. En los países miembros del Tratado de Varsovia se tomaron iguales medidas.

La condena del mundo progresista y amante de la paz, ante el irresponsable acto de guerra proclamado por el presidente estadounidense no se hizo esperar. Todas las personas honradas del planeta, alzaron su voz para llamar a la cordura a las partes involucradas en el conflicto y evitar el desencadenamiento de la guerra mundial, lo cual hizo también parte de la prensa mundial.

En varios países se produjeron mítines y manifestaciones para protestar contra las acciones del imperialismo y en defensa de la paz. Diversas fueron las formas en que la opinión pública del orbe se manifestó, contraria a la política guerrerista norteamericana y en apoyo a la justa causa del pueblo cubano.

La tensa situación en que la crisis puso al mundo, requirió un extraordinario esfuerzo en la esfera diplomática para tratar de evitar una guerra nuclear y resolver el diferendo por medio de negociaciones. El día 24 de octubre de 1962 el secretario general interino de la ONU, U Thant, en cartas a las tres partes directamente involucradas en el conflicto, los exhortaba a discutir una solución pacífica de este.

Al siguiente día, cuando conoció que se acercaban barcos soviéticos a la zona de “cuarentena”, U Thant se dirigió urgentemente a los Gobiernos de la URSS y Estados Unidos, en una segunda apelación, para evitar una confrontación entre ambas potencias y solicitó de ellas que le concedieran un tiempo, a fin de poder tratar el asunto y hallar una solución.

A esta apelación, el Gobierno soviético fue el primero en responder, dando instrucciones a los capitanes de sus barcos de mantenerse alejados de la zona del bloqueo, lo que evidenció el interés de la URSS en una solución pacífica del conflicto. Mientras, la respuesta de Estados Unidos proseguía con su tono amenazador y prepotente, y manifestaba la disposición de evitar la confrontación con los barcos soviéticos si estos no transportaban armamentos, violando así el derecho de libre navegación en aguas internacionales.

Con la intención de allanar el camino, proliferó la correspondencia entre los jefes de gobiernos de la URSS y Estados Unidos en esos días, además de efectuarse encuentros con dirigentes de otros Estados y con una serie de personalidades influyentes.

También se produjo entre Cuba y la URSS un intercambio de misivas, mediante el cual el máximo dirigente de la Revolución Cubana formulaba a la dirección soviética, sus razonamientos y argumentos, acerca de las negociaciones que se venían desarrollando entre Kennedy y Jruschov.

El Gobierno cubano mantuvo el criterio de que, frente a las amenazas del imperialismo, era indispensable mantener una firme posición de principios. Fidel alertaba a la dirección soviética sobre la propensión de la administración estadounidense a la política del chantaje.

Mientras el mundo progresista hacía esfuerzos por conjurar la crisis, el Gobierno estadounidense mantenía sus amenazas de invadir a Cuba y se arrogaba como un derecho la violación del espacio aéreo cubano. El presidente Kennedy, personalmente, ordenó aumentar el día 26 las incursiones aéreas a baja altura de 2 a 12 veces al día.

El incremento de los vuelos rasantes hizo más tensa la situación. Este tipo de acción no se podía permitir ya que posibilitaba a las fuerzas armadas yanquis realizar un ataque sorpresivo. Dado el peligro que esto significaba para la defensa del país, el Comandante en Jefe ordenó, a partir del día 27, abrir fuego contra todo avión enemigo en vuelo a baja altura.

El día 27, cuando la aviación enemiga violó el espacio aéreo cubano, las baterías comenzaron a abrir fuego en cumplimiento de la orden recibida. En estas circunstancias, se produjo el derribo de un avión espía del tipo U-2 por un Grupo Coheteril Antiaéreo soviético, emplazado en el territorio del municipio de Banes, antigua provincia de Oriente.

Ese mismo día 27, el Comandante en Jefe, en respuesta a una carta del secretario general interino de las Naciones Unidas, U Thant, le planteaba la voluntad de Cuba de buscar una salida negociada de la crisis; pero, al mismo tiempo, hacía constar la firmeza de la Revolución de no retroceder ni un ápice en sus principios y derechos soberanos, ante las presiones del imperialismo, ya que solo era posible negociar en igualdad de condiciones.

En horas tempranas de la mañana del 28, la dirección cubana conoció, a través de Radio Moscú, la respuesta del Gobierno soviético al mensaje de Kennedy del día anterior, que, en síntesis, expresaba la aceptación de la URSS de retirar los cohetes con garantías de verificación, a cambio del compromiso hecho por el mandatario norteamericano de no atacar a Cuba e impedir que sus aliados dieran ese paso.

El Gobierno cubano estimó que los términos del acuerdo concertado por Jruschov y Kennedy eran inconvenientes para Cuba. Asimismo, el acuerdo, por principio, se debió consultar con la dirección cubana y no apresurarse a dar esa respuesta. En una declaración pública, el mismo día 28, Fidel Castro comunicó la posición de la Revolución, basada en cinco puntos que posibilitarían el logro de una verdadera paz frente a las agresiones de Estados Unidos.

Como parte del proceso negociador, el 30 de octubre arribó a La Habana una delegación de la ONU encabezada por su secretario general interino, U Thant, en respuesta a una invitación formulada por el Gobierno de Cuba.

El 2 de noviembre, todos los aspectos principales del encuentro con U Thant se les informaron al pueblo cubano y al mundo en una intervención de Fidel por radio y televisión. El Comandante en Jefe explicó detalladamente la postura de principios asumida por la dirección de la Revolución al demandar, como base de las negociaciones, los cinco puntos exigidos por Cuba y no tolerar la inspección del territorio nacional.

Cabe señalar que desde el 31 de octubre, en cumplimiento del compromiso contraído por la URSS, se había iniciado la retirada de los proyectiles, a la cual no se puso ningún tipo de obstáculo por el Gobierno cubano. En lo que respecta a la verificación de esta entre las partes soviética y norteamericana, se llegó al acuerdo de realizarla en aguas internacionales a través de las fuerzas aeronavales estadounidenses que, desde el aire, supervisaron los cohetes colocados en la cubierta de los barcos y vigilaron el desplazamiento de esos buques hasta sus puertos de origen.

La actitud de la Unión Soviética contrastaba mucho con la tomada por la administración norteamericana, que el 1ro. de noviembre restableció el bloqueo naval y los vuelos de reconocimiento que había suspendido de manera momentánea durante la visita de U Thant. Además, continuó la política de chantaje con nuevas exigencias a la URSS para la salida de Cuba de otros tipos de armamentos que consideraban “ofensivos”. De esa manera, se iban sumando nuevas situaciones que podían agravar la crisis, cuando se había entrado en fase de negociación.

En aquellas condiciones desempeñó un importante papel el viaje a La Habana, el 1ro. de noviembre, del primer vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS, Anastas l. Mikoyan. En el intercambio de opiniones entre Mikoyan y Fidel Castro, así como con otros dirigentes cubanos, se analizaron profundamente los aspectos discrepantes en cuanto a las posiciones de ambos gobiernos, surgidos al calor de los acontecimientos y se acordaron puntos de vista con el propósito del arreglo pacífico de la crisis.

En el curso del mes de noviembre de 1962, mediante los canales diplomáticos y las Naciones Unidas, se mantuvo un constructivo intercambio de criterios acerca de la liquidación de los restos de la crisis. Esta compleja lucha en el ámbito de las relaciones internacionales permitió iniciativas que dieron solución a los problemas de carácter inmediato, lo cual propició romper las tensiones y volver a la normalidad.

El 20 de noviembre, Kennedy dio órdenes al Pentágono de poner fin al bloqueo naval. De igual forma, en la URSS y demás países socialistas miembros del Tratado de Varsovia, se declaró el paso de sus fuerzas armadas a las condiciones de tiempo de paz. En Cuba, dos días después, se tomaron medidas similares.

El pueblo y Gobierno cubanos, dando muestras de firmeza en sus posiciones frente a las pretensiones del imperialismo estadounidense, realizaron un importante aporte a la paz mundial al demostrar prudencia y comprensión respecto a la necesidad de solucionar la crisis por vías pacíficas. La opinión pública mundial, saludó la contribución conjunta de la Unión Soviética y de la República de Cuba, gracias a la cual se salvó la soberanía e integridad del país y se evitó, al mismo tiempo, una catástrofe nuclear.

De la Crisis de Octubre, el pueblo, dirigido por Fidel, salió fortalecido. Pasó esta dura prueba con firmeza, valor y honor revolucionarios. En los momentos en que arreció el peligro, no se doblegó, sino que se robusteció aún más.

Las discrepancias con la dirección soviética, en cuanto al enfoque de la solución de la crisis, nunca fueron vistas por el pueblo y Gobierno cubanos, como elemento de desunión y división con ese país hermano y heroico.

La trascendencia de los acontecimientos que tuvieron lugar en el mes de octubre de 1962 fue extraordinaria, tanto para Cuba como internacionalmente. Después de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad no vivió momentos tan peligrosos, al borde del holocausto. Sin embargo, se demostró también cómo la omnipotencia imperial, en el mundo de entonces, tenía una barrera infranqueable en la creciente fuerza y solidaridad del campo revolucionario y de todos los hombres del planeta amantes de la paz.

El pueblo cubano, en aquella coyuntura, protagonizó un imperecedero ejemplo de serenidad, decisión y valor, que forman parte de sus tradiciones revolucionarias y de su moral de lucha, pues como dijera Fidel poseía algo mucho más importante: “proyectiles morales de largo alcance que no se pueden desmantelar y no serán desmantelados jamás”.

La Crisis de Octubre confirmó fehacientemente la idea planteada por Fidel respecto a que la defensa de la Revolución depende de la disposición y patriotismo de sus hijos, de combatir hasta la última gota de sangre. Al reafirmar las posiciones soberanas de Cuba, se dejó bien claro que, frente a las amenazas, agresiones y actos de todo tipo del imperialismo, nunca se renunciará al derecho de poseer las armas que estimemos convenientes para asegurar la defensa del país.

A pesar de los resultados, el imperialismo norteamericano se vio obligado a reconocer la existencia, a 90 millas de sus costas, de la Cuba revolucionaria y socialista. No obstante, aquella solución no eliminó las causas principales del diferendo cubano-norteamericano.

La lucha de este pueblo en defensa de sus derechos tenía un carácter universal. También se estaba defendiendo el derecho irrestricto de los estados y pueblos grandes y pequeños a la independencia y soberanía, a la libre determinación de las vías del desarrollo, tanto económico como social.

Prólogo al libro Un pueblo invencible, Editorial José Martí, La Habana, Cuba, 1991.

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Sobre el autor: Cubadebate

1 Comment

  1. Sobre la situación creada en aquellos días, el Comandante expresó: «Esos errores políticos y militares (de los soviéticos, al concebir la operación Anádyr, el ocultamiento y las mentiras ante la opinión pública y ante sus adversarios, el diseño militar de la propia operación) nos llevaron a un peligro grande, a un peligro muy serio, porque después que los norteamericanos conocen lo que se está haciendo, podían tomar la iniciativa; la iniciativa estaba en manos de ellos, la iniciativa diplomática, política y militar. «El mayor de los peligros que nuestro pueblo enfrentó en aquella prueba no fue el del exterminio nuclear, sino el de la claudicación. Esta vez no hubo Zanjón, pero fue necesaria, como entonces, la intransigencia y el coraje que hicieron retroceder incluso a los que pretendían humillarnos, imponiéndonos la inspección de nuestro territorio. Aquel no, junto a los cinco puntos, se convirtieron, así, en un Baraguá del siglo xx. Esta es la enseñanza que nos alienta hoy frente a los nuevos desafíos, y que perdurará en la memoria inmortal de nuestro pueblo».

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