Caudales de un Humedal

Esta vez la expedición se anunciaba con un mes de antelación y las expectativas creadas mantenían en desvelo a la tropa de conservacionistas. Ya se sentía en el ambiente el característico olor a salitre, hierros oxidados, sudor, arrastre de cadenas y hasta el sonido de las velas al batir el aire sobre los barcos que antaño cruzaron las aguas del hoy Golfo de Cazones, refugio seguro de piratas, corsarios y bucaneros en la Ciénaga de Zapata.

Cada detalle fue planificado con exactitud para que no existiera el mínimo error que impidiera se cumplieran los objetivos trazados. El centro de operaciones se había destinado a los Cayos Blancos del Sur, un conjunto de cayos paradisíacos interconectados por medio de canales extraordinariamente bellos, ubicados al suroeste de la Bahía de Cochinos y en consecuencia una de las tareas sería documentar el primer monitoreo de biodiversidad efectuado por trabajadores del Parque Nacional Ciénaga de Zapata.

Prometía ser una mañana encantadora, aun contra todos los pronósticos el cielo amanecía despejado y soplaba una pequeña brisa en dirección sur. El primer tramo del recorrido comprendería unos diecisiete kilómetros terrestres , entre la oficina del parque nacional y el Sector San Lázaro: área con una riqueza natural y cultural incomparable; sitio que albergó la mayor cantidad de hispanos que se dedicaron a la extracción de maderas preciosas y la elaboración de carbón vegetal durante la primera mitad del pasado siglo; hábitat de especies endémicas entre las que se encuentran la ferminia, el cabrerito de la ciénaga , los temibles cocodrilos y el prehistórico manjuarí.

Luego de sufrir por más de una hora de recorrido por un terraplén en el que el tiempo parece haberse detenido y la naturaleza, caprichosamente se ha encargado en maltratar año tras año, apareció ante nuestros ojos, contrastante y esbelta, la Estación de Manejo en el borde de la famosísima Zanja Guamutal, donde cuentan los más sabios se utilizó por primera vez la bicicleta en la península.

No ha sido la primera vez que el ojo humano, aun conociendo el lugar, quede encantado con el cambio casi radical de la vegetación que rodea el borde de la zanja principal que conecta con la cayería sur, con una extensión aproximada de once kilómetros, una verdadera obra hidráulica construida a mano por los hispanos que allí se asentaron para garantizar la comercialización de los productos forestales de la zona. Sus operarios, serviciales por costumbre, se encuentran siempre a la espera de algún visitante para indagar sobre la situación en el pueblo, sus familiares y amigos. Nada más parecido a uno de los pasajes del “Principito”, cuando en sus rostros se les nota la alegría de poder conversar con alguien que llega desde lejos.

El clima es acogedor, los muchachos más motivados aun, emprenden la segunda parte del recorrido hacia su destino final. La zanja, estrecha y poco profunda, parece como que abraza la embarcación y por momentos los tripulantes se sobresaltan con el impacto de alguna rama que ha caído al agua y amenaza con voltearlos o desviar su curso hacia los impenetrables manglares. A lo lejos se visualiza como un túnel y se preguntan si sería el final del trayecto la pequeña luz que se divisa entre las sombras, pero casi a modo de espejismos se realza el cuerpo de agua al llegar a ese extremo. Se anota cada dato de interés, puesto que una expedición de este tipo es como un libro viejo en el que cada página pudiera perderse si no se lee y registra.

Sin esperarlo, en una curva que obliga a disminuir velocidad, un cocodrilo de gran talla, aparentemente cubano, se ha lanzado al agua e intenta huir hacia el otro extremo ante el sonido de la lancha, inmediatamente se apagan motores y se continúa a palanca para evitar daños mayores. A un kilómetro, después de haber pasado la última compuerta, construida a similitud de las que existieron hace poco más de un siglo para regular el flojo de agua, el impacto ha sido mayor, las lagunas interiores comienzan a descubrirse y los numerosos cayos que las rodean contrastan con el tono de las aguas. Poco a poco la cayería de “Diego Pérez”, nombre que llega hasta nuestros días según los historiadores de un famoso pirata español que tenía por guarida estos sitios, va quedando al oeste y justo frente a los navegantes el más famoso y mencionado cayo: Ernest Thaelmann.

Es que no existen palabras para describir tanta belleza en un solo sitio, mientras se disponían a desembarcar por las playas más bellas de toda la región, solo atinaban a reflexionar que todos estos trabajos servirían para que en un futuro no muy lejano otros pudieran disfrutar y hacer un uso sostenible de sus recursos tal y como fue concebido en el gesto de bondad que tuvo Fidel Castro al entregarlo simbólicamente a la Alemania Oriental allá por el año 1972. Hasta la fecha, las investigaciones arrojan resultados alentadores, mientras tanto el busto del famoso líder, ubicado en las propias márgenes del cayo, destruido por la furia de viento, espera por su restauración, porque historia y naturaleza enriquecen y no puede privársele al ser humano el infinito placer de disfrutar de espacios como estos. (Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)

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